miércoles, 29 de abril de 2009

Prisión

Eres prisionera de ti misma en la cárcel más segura del mundo: la has construido tan bien que escaparse de ella es misión imposible. Las puertas están abiertas, no hay guardianes, los muros no tienen alambradas y en las torretas duermen los vigías. Sin embargo, no abandonas sus calabozos porque, y ésa es la cerca más infranqueable del mundo, temes lo que hay fuera más que el cautiverio. A veces asomas un poco la cabeza y lo que ves te anima a dar un salto y salir a campo libre, respirar el aire puro que aturde si no estás acostumbrada a él.
Ahí fuera, lo sabes, hay techos altos bajo los que no necesitarías caminar agachada, gentes que te echarían una mano sin ahogarte con ella, puentes que comunican sin romperse a mitad de trayecto, caminos que no conducen siempre al mismo lugar de origen sin salida. ¿Qué necesitas, entonces, para perforar esos muros invisibles para respirar aire libre? ¿Acaso esperas ayuda ajena? ¿Piensas que el azar te echará una mano con algún empujón de los que no te podrías zafar? ¿Crees que el tiempo será tu aliado y llegará un día en que el hastío será más poderoso que el miedo? ¿O llegarás así al fin de todo, con la esperanza podrida y las ilusiones mohosas?
Demasiadas preguntas para alguien que teme darse respuestas. Así que decide: o te resignas o peleas. Lo contrario es mentirte a ti misma, y una mentira sobre una renuncia es como regar con gasolina una fogata.
Después de todo, lo que puedes perder es mucho menos importante que lo puedes ganar.


Extracto 

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